En un lugar de Baviera de cuyo nombre no quiero acordarme, cuatro forasteros buscaban dónde saciar su hambre feroz, tras 8 horas de actividades deportivas, durante las cuales habían comido sólo bananas, barras energéticas y potajes semejantes. Fué así que llegaron a la única pizzeria del minúsculo pueblo dónde se llevaba a cabo la competencia. Al entrar se percatan desilusionados de que todas las mesas a la vista se encuentran ocupadas o reservedas. Sin darse por vencidos, antes de dejar el local preguntan a la camarera por alguna mesa disponible. Ella mira el reloj, y los conduce a una mesa al fondo para cuatro personas. Enciende la vela, y retira el letrero de «reservado» que ahí se posaba.
Los cuatro forasteros procedentes de las capitales de los cuatro continentes esperaban ansiosos las cartas del menú. Después de una espera de quince minutos las recibieron. Amir, el de Theran, de inmediato sugirió pedir las bebidas, una vez que habían visto el retraso. Lo secundaron Mike el tres dedos de Colonia, y Sudranoel de México, D.F. Solamente Khaled, el de Estocolmo (que por razones inescrutables fungía como capital de Tunez), decidió esperar para ordenar. Craso error. El camarero no apareció con las bebidas si no hasta 45 minutos después. Pidieron entonces cada uno sendas pizzas para saciar su apetito voraz. El camarero les dijo que la pizza tardaría de 20 a 30 minutos y se evaporó.
La espera fué larga. Mientras conjeturaban sobre las causas de la tardanza, al mismo tiempo buscaban algo comestible a su alrrededor. Tal vez la mesa tenga alguna parte suave, pensaban. Khaled sugirió probar con sal y pimienta. Mientras tanto el tres dedos interceptó al camarero siciliano para pedirle una canasta de pan de pizza para apaciguar el hambre.
Pasaron otros cuarenta minutos. Entonces el camarero supuestamente apenado, se acercó a la mesa olvidada onde los forasteros esperaban para decirles que la pizza tenía un retraso y tardaría por lo menos otros 20 minutos. Era claro un eufemismo para decir: «he olvidaado su pizza y ahora mismo la meteré al horno».
Estaban hambrientos pero de buen talante. Por ello no se levantaron de la mesa en ese momento. Seguían haciendo bromas y reviviendo las experiencias del día cuando repentinamente algo inesperado sucedió: Una hora y media después de su llegada, arribó a su mesa una canasta de pan de pizza, pero no de manos del camarero, si no de los vecinos de mesa que se compadecieron de aquellos miserables. Al principio los forasteros rechazaron la oferta tratando de mostrar un cierto nivel de urbanidad. No obstante, el vecino, seguramente intranquilo por los ojos de aquellos fijos en la comida, no tuvo que insistir mucho para que aceptaran la canasta. El hambre es canija. En ese instante terminaron las conversaciones y volaron migajas por doquier. Al cabo de unos minutos la canasta estaba vacía. Recibieron entonces otra dotación recopilada por los mismos vecinos.
Los otros vecinos comíen sus pizzas inquietos bajo la mirada filosa cual escalpelo de los forasteros. Soportoban estoicos los chistes y bromas de éstos, por saber que habían llegado después y recibido sus platillos antes. Cuando estaban a punto de cubrir sus platos con las manos dadas las amenazantes miradas, sucedió el milagro: El camarero llegó con las pizzas para los forasteros. Tras unos breves minutos de burbujeo, los platos vacíos emulaban los restos de un cervatillo saliendo a flote tras haber caído a un río infestado de pirañas.
Khaled y el tres dedos hablaban en italiano con el camarero. Tras las negociaciones recibieron una grappa y un espresso para los 4 forasteros por cuenta de la casa. Al final obtuvo el siciliano una generosa propina en forma de chistes y bromas, que tuvo a bien aceptar, ya que era conciente de merecer en realidad sólo gritos e insultos.
Los forasteros encontraron a unos de sus contrincantes en la mesa que anteriormente estaba ocupada por aquellos caritativos sexagenarios que les habían dado las dos canastas con pan de pizza. Los reconocieron de inmediato. ¡Eran aquellos que los habían acribillado 7-0 en fútbol quitándoles el invicto! Se saludaron a la usanza con el servus bávaro. El tres dedos les preguntó en tono amigable qué lugar habían obtenido hasta ese momento. Todos respondieron a coro con una sonrisa socarrona: «En último». Agregaron: «El único juego que pudimos ganar fué en fútbol contra ustedes, pero como lo disfrutamos». Esa sentencia habia sido el postre de los forasteros.
Historia relacionada: La justa y el Jolgorio.
fantástica este relato y también los anteriores! Gracias x contarnos de eventos deportivos tan entretenidos, con una pluma tan ágil y amena! Un abrazo!
Bueno, es una historia distinta sobre el deporte. Muy chévere. Un abrazo!