Esta historia ha de comenzar en un tren. Es pues en un tren que va un caluroso día de verano de Brno, la ciudad natal de Gödel y Kundera, a Viena. Dos pasajeros hablan sobre ferrocarriles que existieron hace 50 años y transportaban petróleo en la costa del golfo de México.
«Mi papá nos llevaba a mi hermano José y a mí en su armón mientras revisaba la carga de los vagones» dice uno de ellos. «Él era inspector de combustibles. De pequeño no podía recordar el título, así que le decía inspector de comestibles» añade. Una imagen pasa por la mente del otro pasajero: un hombre alto y bien vestido guía un vehículo sobre los rieles del ferrocarril. Lo acompañan dos chiquillos felices a mas no poder. Llevan el cabello revuelto por el viento sobre sus caras, y ven pasar el mundo ante ellos a gran velocidad.
«Mi papá nació en 1879, igual que Einstein» dice el primero con un cierto tono de orgullo. «Era hijo de hacendados españoles radicados en Tantoyuca, Veracruz. Antes de la revolución, de hecho antes que terminara el siglo XIX, dejó a sus padres y la hacienda, para escapar así al matrimonio arreglado que ya le tenían. Él, como no quería casarse con esa doncella, por que a su parecer le olían los sobacos, se va a Isla Mujeres para trabajar como chiclero, extrayendo la resina directamente de los árboles». Termina la historia diciendo «Tu abuelo sabía montar a caballo. De hecho tenía caballos en la hacienda. Pero a final de cuentas cambió los caballos por los ferrocarriles».
El otro pasajero se siente vinculado con su abuelo, al que nunca conoció. «Pero si es lo mismo que hiciste tú. Cambiaste los ferrocarriles por las computadoras.» acota.
Los dos pasajeros son don Pinto y Pintito en un viaje por Alemania, la República Checa y Austria en 2006, siguiendo los pasos de los grandes músicos, por que es la música una de las cosas que mas los une.
Don Pinto es ingeniero civil, y al igual que su padre, trabajó con ferrocarriles. Más bien creando infraestructura para los ferrocarriles, como puentes y alcantarillas del tren Chihuahua al Pacífico. Durante ese periodo, a finales de los sesentas, es cuando conoce a la mamá de Pintito en la Secretaría de Obras Públicas. Mas tarde, en gran parte por su afición a las matemáticas, cambia de actividad, llegando así a la Comisión Federal de Electricidad para convertirse en uno de los programadores de las primeras computadoras que llegaron a México, aquellos sistemas IBM-360.
Ya en los setentas, Pintito tuvo la oportunidad de conocer aquellas máquinas monstruosas al visitar a su Padre en su oficina cuando tenía cuatro o cinco años. La impresión que tuvo era seguramente muy similar a la que el mismo don Pinto tendría al ver la primera enorme locomotora mientras acompañaba a su padre en el trabajo. Pintitio observaba con atención los pisos falsos bajo los cuáles corrían un sinnúmero de cables, los lectores electromecánicos de tarjetas perforadas, las unidades de cintas magnéticas y a las personas que ahí trabajaban. No tenía palabras para poder describir la fascinación que sentía por ese entorno y le gustaría poder entender para que servía toda esa parafernalia.
Muy probablemente notaba don Pinto la inquietud de Pintito por comprender esas máquinas. Así pues, cada vez que un circuito dejaba de funcionar, un programa almacenado en tarjetas perforadas perdía el orden, o una cinta magnética era cortada, llevaba las piezas inservibles a casa para dárselas a Pintito, quién con gran atención trataba de imaginar la manera en que deberían funcionar.
Un buen día decidió Pintito empezar a construir un robot con todas las piezas que tenía. Lo primero que hizo fué dibujar los planos de la estructura hasta los detalles finales, como cámaras de televisión en los ojos, para transmitir lo que el robot veía en su caminar por el mundo. Pintito armó pues la estructura con las partes de una vieja autopista de juguete. Poco a poco iba integrando los circuitos dañados, mas con fines decorativos que funcionales. Lo guardaba debajo de su cama junto con seres imaginarios, como los jalominos y las escapamáticas. En su imaginación el robot funcionaba de verdad. Cuando tenían visitas, sobre todo de niños, don Pinto le pedía a Pintito que les mostrara el armazón del robot. En un tono muy serio, los dos les explicaban a las visitas como funcionaría una vez que estuviese terminado. Los dos estaban orgullosos del robot, pero sobre todo uno del otro.
Tiempo después don Pinto le regaló a Pintito una computadora de verdad cuándo éste tenía 13 años. En ese momento le enseña las bases de la programación. En realidad Pintito no quería una computadora, si no una consola de juegos, como un Atari o Intellevison. Tener una computadora en aquellos tiempos no era del todo malo, por que en teoría era posible jugar si se tenía el software adecuado. Pero para esa Timex-Sinclair 2068 (la versión americana del Sinclair Spectrum) no había software en México. Lo que sí era fácil de conseguir, eran libros para programarla, de la editorial española Gustavo Gili. La cosa era bastante clara: para poder hacer sus propios juegos, Pintito tendría que aprender a programar. Así lo hizo. A los catorce años, motivado por jugar, podía programar en ensamblador del procesador Z80. ¿Habrá sido acaso todo un truco didáctico de don Pinto?
Si así lo era, entonces don Pinto lo hacía muy bien, por que nunca le dijo a Pintito que tenía que leer o escuchar música clásica. Cuando Pintito veía a su padre pasar mucho tiempo con los libros y escuchando sus discos, se preguntaba qué había tan interesante en ello, y así él mismo fué leyendo los libros de su padre y escuchando su colección musical.
Un buen día Pintito descubrió entre los discos un tesoro que cambiaría su vida: la novena sinfonía de Beethoven. Era una grabación de colección bajo el sello Deutsche Gramaphon, dirigida por Herbert von Karajan al frente de la filarmónica de Berlin. Su descubrimiento mas grande no fueron las escalas trepidantes del primer movimiento allegro ma non troppo un poco maestoso, ni tampoco los fieros redobles de los timbales del scherzo, ni la magistral coda lírica del tercer movimiento. Su descubrimiento mas grande fue el texto en alemán de la oda a la Alegría escrito por Schiller. Pintito quedó igual de estupefacto ante ese lenguaje críptico que ante las enormes computadoras del trabajo de don Pinto. Todos los sentimientos desencadenados por esa obra monumental despertaron en él el deseo de algún día poder entender ese idioma. Sin darse cuenta estaba dando el primer paso rumbo a Alemania.
Durante largo tiempo, mientras pintito estudiaba la carrera de ingeniería electrónica, don Pinto y Pintito se separaron, tal vez por ser tan parecidos. No hablaban de lo que les gustaba, de música, de computadoras, tampoco jugaban ajedrez juntos, ni mucho menos hablaban de sus sentimientos. Los dos ocultaban su gran sensibilidad bajo una máscara de dureza. Quizá por miedo a que el otro supiera exactamente lo que el uno pensaba.
Pintito pudo concretar en el año 2000 su sueño de ir a Alemania, no obstante por caprichos de la vida, don Pinto no había podido visitarlo desde hace seis años. El verano del 2006 fue la oportunidad para ambos de reencontrarse. No solamente hablaban de trenes, y viajaban en tren, si no que corrían tras los trenes. Hasta parecía un ritual. En cada ciudad, no sentían el paso del tiempo en la sobremesa por la amena conversación, hasta que uno de los dos hacía notar que en ese momento tenían que irse para alcanzar el tren. Pagaban la cuenta, tomaban las maletas y echaban a correr.
Después de un arduo día lleno de emociones en Praga, don Pinto y Pintito tomaban unos tequilas en una taberna. Don Pinto contaba como muchas personas aseguraban que él era de carácter huraño y poco amistoso. Sin embargo no se daban cuenta de su sensibilidad y atención para las finezas. Era una alusión involuntaria al testamento de Heiligenstadt de Beethoven, que los dos pudieron leer juntos días después en la casa dónde fue escrito. Mas tarde, mientras hablaban de un disco compacto de los trios de Schubert que había sido secuestrado por Pintito en su última visita a México, con voz temblorosa y entrecortada, don Pinto decía «es que cuando escuchas el «Notturno» el sentimiento es tan profundo, que te dan ganas de ….» Pinttito lo interrumpió colocando la mano sobre el hombro de su padre, lo vió directo en los ojos y no dijo nada. Ambos lo sabian y lo habían sentido, pero era algo tan íntimo, que no lo habían compartido con nadie.
Pintito sabe que está en Alemania gracias a don Pinto y al interés que despertó en él a temprana edad. Por ello quiere agradecérselo y mostrarle que de no ser por él, no hubiera sido posible lograrlo. Así es como se invierten los papeles: Pintito lleva a don Pinto a los laboratorios de la firma de semiconductores líder del mercado, qué es dónde él trabaja en el área de investigación, y le muestra como desarrollan la tecnología de los próximos 10 años. Don Pinto lo observa todo con gran atención, cómo hace varios años ha hecho Pintito, quién lo único que desea es darle las gracias a su padre, y hacerlo sentir todo como un logro propio. Como cuando presentaban el robot de Pintito a los niños, los dos vuelven a sentir ese inefable orgullo mutuo.
Llegó también el momento de despedirse. Don pinto lleva puesto un sombrero tirolés que le sienta bien. Frente a la puerta de embarque en el aeropuerto se abrazan y con lágrimas en sus rostros hacen planes para encontrarse muy pronto. La figura de don Pinto con el sombrero tirolés pasa con un lento andar nostálgico por el umbral del túnel rumbo al avión, para luego diluirse en la radiante luz de la mañana. Pintito solo dice: «Gracias papá».
De lujo la narrativa.
Saludos.