Es domingo de pascua. El sexto que paso por éstas tierras. Llueve. Escuché en la radio una emisión sobre la caminata de Pascua de Goethe, con algunos de sus poemas y distintos matices culturales: un Lied de Schumman, los pinos de Roma de Respighi, una breve charla sobre Hans Hohlbein “el jóven”. El conductor pregunta: “¿Por qué razón en su grabado de la última cena aparecen sólo siete de los apóstoles?” ¿alguien lo sabe? (Aunque perezca ser una preguntada sacada del cuestionario aplicado a extranjeros que quieren la nacionalidad alemana, no lo es). A esa emisión le sigue una misa en vivo desde la catedral de Dresden. La escucho sólamente por la magnífica interpretación en vivo de la misa de la coronación de Mozart. Todo ello me pone en ánimo de emprender una caminata en tiempo y espacio.
El jueves pasado, 13 de abril, se celebró el centenario del nacimiento del minimalista y máximo expositor del teatro del absurdo, el irlandés Samuel Beckett. Sus personajes, muertos en vida y sin esperanza alguna en el género humano, han sido interpretados, por uno de los máximos expositores de la escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, como paradigma de la deshumanización, la enajenación y la instrumentalización del hombre al servicio de la técnica, a través de su obra “Fin de Partida”. Recomiendo la lectura de éste interesante artículo al respecto.
¿Por qué razón me viene a la cabeza todo ésto? Beckett, al igual que Goethe, emprendió una caminata dejando atrás su tierra natal. Él estaba profundamente enamorado de la lengua francesa, y emigró a Paris. Gran parte de sus obras, incluyendo la más famosa, Esperando a Godot, fueron escritas en francés. Murió en Paris y se encuentra enterrado en Montparnasse.
También en Paris, pero en Montmartre, se encuentra sepultado el filósofo y poeta alemán, Heinrich Heine. Miguel Ángel me contó sobre él la siguiente anécdota: Alguna vez, en un intercambio epistolar con sus amigos en Alemania, le preguntaron cómo se sentía él en Paris, su nuevo hogar. Él respondió diciendo que a partir de ese momento, la expresión como pez en el agua cambiaría por como Heinrich Heine en Paris.
Con Beckett no comparto su visón pesimista y sombría del mundo, si no el amor por descubrir una lengua. Ya lo dice Borges: Mi destino es la lengua castellana….Pero a ti, dulce lengua de Alemania, te he elegido y buscado solitario. Aunque no podré hacer cambiar una frase, como Heine hiciera, me siento en Alemania en mi elemento, y degusto observar el mundo desde mi guarida.
Mi caminata se inició hace seis años y no sé cuanto tiempo más durará. Observo a mi tierra desde la lejanía, la añoro y cada día descubro nuevas facetas de la cultura que me forjó. Cruzar las grandes aguas fue para mí cruzar el Aqueronte, un viaje culminante, una pequeña muerte, con un renacimiento implícito. En forma de óbolo vinieron conmigo mis experiencias en México, que en gran medida han determinado el rumbo de mi búsqueda. Para mi gente, los que me despidieron, me había enfundado en un mito, tal vez incluso me había mitificado. Muchos no saben como es la realidad en la que vivo ahora, y lo que conocen es a través de mis palabras escritas. Incluso recién llegado, a veces tenía la impresión de que algunos amigos hacián una especie de reuniones espiritistas para hablar conmigo por medio del, en aquél entonces moderno, chat. Pensaban que yo había pasado a mejor vida. Era un sentimiento difícil de describir.
Para los que me acogieron en la nueva vida, caí del cielo o emergí de los infiernos. Era un ser extaño sin pasado. Nadie esperaba nada de mí, lo que me permitía hacer cualquier cosa. Ninguna de sus estrictas reglas me ataba o restringía. Escapaba a ellas por provenir de algún otro sitio. Mas aún. Para algunos encarnaba o encarno todavía incluso la añoranza de autenticidad y tradición, envolviéndome así en otro mito.
Con el paso del tiempo, tengo ya una historia en éste lugar. También me siento bien aterrizado, aunque sigo buscando nuevos derroteros. Al volar a México y regresar a Alemania, siento dos veces dolor por dejar mi gente y mi hogar. Ello me divide en dos sitios, y a éstas alturas no pertenezco a ninguno de ellos. Es extraño. Por otro lado tengo el placer de sentir dos veces llegar a casa, cosa que disfruto hasta la saciedad.
¡Felices Pascuas!
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