Una tarde de domingo en la bañera. Tengo en mis manos un ejemplar de “El arte de la fuga” de Sergio Pitol, y lo degusto junto con un Bordeaux Haut Médoc. No hay mejor forma de separarse del mundo y de reponerse de la intensa semana. La escena que protagonizo ahora, con el libro y la copa de vino al lado, la había tenido ya hace un par de semanas en una librería, cuando el título de la obra de Pitol, más que saltar ante mis ojos, sedujo desde el anaquél mis oídos al recrear cánones y fugas de la obra homónima de Bach. Una persona cercana reconoció de inmediato el gran aprecio que ya le había tomado, mientras lo hojeaba, y me lo obsequió el día de mi cumpleaños, junto con otro de Paul Auster “Travels in the Scriptorium” que me acompaña por lo pronto cuando voy al sauna. Ha sido un acierto contundente.
A menudo suele ser más significativa la historia del libro cómo objeto que la historia, o historias que relata. ¿Acaso no todas las historias de los libros podrían dar pié a nuevos volúmenes? Así mismo todas las botellas de vino contienen historias que se decantan en nuestras vidas, y a su vez esas historias pedirán ser escritas, bebidas y degustadas. Esa escena en la bañera es pues el principio de un perpetuum mobile.
Leo y bebo despacio. Aspiro las historias e imágenes. Me siento inmerso en la trama, que no es otra cosa que la historia de su vida. Me identifico con su alma peregrina, la necesidad fisiológica de viajar, descubrir, vivir y el fuerte anhelo por devorar el mundo, pero también el imperativo de sentarse a contemplarlo y escribir por dar testimonio a la eterna mutación de la vida. El arsenal cultural que despliega me remite repetidamente a librerías para proveerme de Joyce, Conrad, James, o a libros ya leídos. Todas esas voces armonizan en punctum contra punctum. Redescubro personajes que creía conocer desde hace tiempo, cómo a Thomas Mann, Borges o Cortázar. Antes de que el narrador llegue a hacer referencia y tributo a sus maestros, una voz dentro de mí ya me preguntaba desde cuándo estoy familiarizado con los personajes y las obras citadas. En el momento en que la palabra “maestro” aparece sobre el papel, emerge del agua la respuesta a mi voz interior: los conozco gracias a mi maestro Rodrigo Giles.
El profesor Giles me dio clases de español, que eran cursos de literatura española y latinoamericana, en la escuela secundaria. Era el profesor titular de nuestro grupo, tercero “B”. Su espeso bigote caído y afilado en las puntas, le daba un cierto aire a Günther Grass, aunque de figura más esbelta. Entraba en las mañanas con su andar parsimonioso al aula. Sin decir nada tomaba una caja de gises de colores y dibujaba en el pizarrón letras diversas, rostros de personajes y objetos por 10 o 15 minutos. Esa obra en la que invertía gran empeño, pero sobre todo corazón, era un retrato, una alusión, o el título mismo del tema de la clase. Al terminar la obra, rompía el silencio y empezaba a darnos santo y seña de los personajes y motivos. Su obra, que era una especie de mandala, no sólo por el silencio meditativo con que era ejecutada, si no por que a final de la clase tenía que ser borrada para ceder su lugar al conocimiento abstracto, y por lo regular no tan colorido, de la trigonometría y otros menesteres. En ocasiones algunos maestros de las clases subsecuentes no se atrevían a cumplir la sentencia e indultaban la obra por el tiempo que duraría su clase. Así que cuando escucho los nombres de Miguel de Unamuno, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Benito Pérez Galdós, Leandro Fernández de Moratín, Pío Baroja o León Felipe, brotan frente a mis ojos los colores que los bañaban cuándo los ví escritos o retratados en la pizarra por primera vez.
No estoy seguro si a través de él tuve el primer contacto con los escritores mexicanos como Carlos Fuentes, Juan Rulfo u Octavio Paz. Muy probablemente así fue, pero no los afiancé en el subconsciente si no hasta un par de años más tarde en el curso de literatura mexicana impartido en la preparatoria por Laura Marta, otra maestra que recuerdo con gran aprecio. Al profesor Giles lo relaciono más con la literatura española, y latinoamericana (aunque tampoco recuerdo haber escuchado de él los nombres de Borges o Cortázar). Nos presentaba con gran soltura el siglo de oro español, la generación del 98 o la de el 27. A propósito de ésta última, recuerdo que narraba con gran solemnidad el haber leído un poema durante las exequias del poeta español León Felipe en la ciudad de México. Nunca olvidaré esa voz entrecortada por la tristeza y el orgullo.
Era sin duda una persona muy creativa. Para el día de muertos solía hacer adaptaciones a los versos del Don Juan Tenorio, con los sucesos escolares cotidianos, haciendo ver en una humorística vestimenta de gala, las situaciones mas banales. El clímax de ese celebración eran sin lugar a dudas las calaveras, esos pícaros versos mexicanos humorísticos, que desacatan la autoridad escatológica de la muerte, personificándola y haciéndola partícipe en historias dónde hasta incluso puede resultar embaucada por el vivaz aquél a quién la clavera le ha sido dedicada. Esos versos eran escritos para los otros profesores con gran agudeza y genialidad. Al ser leídos maestros, alumnos y directores nos desternillábamos de risa.
La primera rima que aprendí con él, sin ser alusión literaria alguna, tenía un principio chusco y un resabio moralizante. Por suerte (sólo) recuerdo la primera estrofa:
Clemente le dijo a Alejo:
camarada, para reír te aconsejo
que al sombrero de aquél viejo
le tires una pedrada
Ese fué el punto de partida para leer y memorizar varios poemas. Algunos los recitaríamos individualmente, y con otros haríamos lo propio en grupo. Bajo éste último rubro, ensayamos y presentamos a dos voces si no mal recuerdo (hombres y mujeres) el poema Sensemayá de Nicolás Guillén. De inmediato le tomé enorme apreció al poema por dos razones: lo vinculé con la pieza homónima de Silvestre Revueltas, y a su vez, la poesía coral en sí, me pareció la versión poética del muralismo pictórico, por su magnificencia, sus escalas titánicas y su esplendor.
Sin duda el poema que más relaciono con el profesor Giles, y que me ha acompañado por diversas etapas de la vida es “Cultivo una rosa blanca” de José Martí. un verdadero himno de hermandad, que bien pudiera ser un mantra budista. Me permito citarlo:
Cultivo una rosa blanca,
en junio como en enero,
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo una rosa blanca.
El profesor Giles fue quién en alguna ocasión me bautizó como “el monje”, no sólo por mis votos de celibato de aquél entonces (que decir que yo no era el único), si no, y mas bien, por ser muy callado en sus clases. Viéndolo en retrospectiva, era debido a qué encontraba muy interesantes los temas, y su forma de presentarlos. Sin llegar a ser sobresaliente en sus cursos ni mucho menos, siempre hacía mis deberes con entusiasmo, aunque en ese entonces no leía tanto, como se esperaba de nosotros. Si bien no cubrí todas las lecturas obligatorias durante aquél periodo escolar, las completé por gusto y voluntad propia en las vacaciones, y no han dejado de darme pautas para explorar los mares literarios. Son como muelles donde poder atracar para reabastecerse y luego volver a zarpar con otros derroteros.
Un buen día el profesor Giles y yo tuvimos una controversia a raíz de una personificación de Benito Juárez, que él me había encomendado para conmemorar su natalicio el 21 de Marzo (tema en contrapunto: Bach nació también el mismo día), a lo que me negué rotundamente. Primero; no me preguntó si quería, y segundo; alguien me metío en la cabeza que de hacerlo, ciertos compañeros se burlarían de mi por el resto de la eternidad. Algo había de cierto, ya que no me había seleccionado por mi engagement político, si no por mi tez morena, y al ser el único en el grupo con ese color de tez, parecía que no tuviese elección. Pero ¿por qué razón aquellos mequetrefes harían mofa de mí? En ese momento me percaté por primera vez del racismo al indígena que existe en México, especialmente dentro de una escuela particular. Así pues mis principios de rebeldía adolescentes me dictaron oponerme a ello. Por un momento fuí amenazado con medidas disciplinarias extremas, como ser reprobado en el curso, pero cuál humanista cabal que es, después de unos días de tensión rectificó la injusticia y acepto mi decisión, dado que borrar el racismo de un plumazo no era posible. Pocas veces aprendiz y lector aprenden una lección de la vida simultáneamente. Al hacerlo el segundo deja de ser sólo un modelo y muestra al primero su lado humano. Una razón para apreciarlo más.
Lo más valioso es que mostró ser congruente con su enseñanza de cultivar una rosa blanca.
Hará unos diez años lo encontré por casualidad en la calle. Me reconoció de inmediato, aunque dudo que recordara mi nombre. Conversamos e intercambiamos teléfonos. Desde entonces no lo he vuelto a ver.
Sus clases me hicieron ver la policromía del mundo y despertaron en mí el anhelo de conocerlo. Así un buen día hubo que soltar amarras para llegar hasta esta bañera.
Un caluroso saludo lleno de gratitud al profesor Giles dónde sea que se encuentre.
Hola Luis. Que hermoso texto escribiste sobre una parte entrañable de nuestra infancia compartida. Rei, suspire, me emocione y casi me haces llorar. El profesor Giles tambien fue para mi una persona que dejo una huella imborrable el alma. Creo que gracias a el descubri en mi, por primera vez, lo que llamamos «sensibilidad». Como disfrute sus clases, como fui feliz dibujando las tareas que nos dejaba, cuan profundo es el cariño que aun le tengo. Te agradezco que me hayas hecho revivir esa epoca en este Cybercafe del Centro Historico en el que me encuentro. ¡Un abrazo!
Yo voy a empezra a dar clases ojalá mis alumnos me recuerden como al profesor Giles
Un besito
Yo tal vez comience a darclases pronto y espero dejat una huella en mis alumnos como la del prf Giles
un besito… y una rosa blanca
Hola y Mil Gracias a quien haya escrito esta añoranza sobre mi padre, en efecto, mi papá El Profesor Rodrigo Giles dió cátedras de lengua y literatura españolas durante casi toda su vida en el nivel medio de enseñanza básica. Su artículo describe a la perfección el gran empeño y dedicación a su apostolado en la enseñanza. Por razones de salud dejó de ejercer y actualmente es un profesor retirado y pensionado. Está viviendo no digamos sus últimos momentos ya que tiene una enfermedad terminal (insuficiencia renal crónica) que a Dios gracias hemos sabido manejar y que nos ha permitido tenerlo aún con nosotros. Quien quiera que sea tenga la seguridad que mi padre recibirá y leerá este artículo y como bien sé, le hará derramar muchas lágrimas recordando los tiempos jóvenes, como a su vez me ha provocado derramarlas. Un beso y abrazo desde mi alma donde Ud. se encuentre. Martha Giles.
revivir!!! eso provocas con esta lectura, que tiempos aquellos
de repente miles de recuerdos, momentos, rostros, espacios vienen a mi mente,
que parecian olvidados?? si asi es, pero gracias a que alguien como tu,
dedica un momento para revivir lo que parecia quedaba en el ayer……
saludos
Martha, siento mucho lo de tu Papá, solo recuerda una cosa… Dios le dió un gran don y solo Él tiene la última palabra….Dios te bendiga
artu_olvera@hotmail.com
Luis, muchísimas gracias por este maravilloso viaje al pasado que nos entregaste. Bien dicen que recordar es volver a vivir. Me basto con leer tu ensayo para verme sentada nuevamente en el salón de clases observando en silencio al Profesor Giles dibujando en el pizarrón. El poema de la rosa blanca también trajo lágrimas a mis ojos.
El Profesor Giles hizo lo que pocos profesores pudieron hacer en nuestra adolescencia: tocarnos el corazón a todos y cada uno de nosotros. Estoy segura que todos sus ex-alumnos recordamos algun momento especial que vivimos con él. Aún tengo una tarjeta que me dió cuando salimos de 3ro. de secundaria con palabras que desde entonces llevo en mi corazón.
Te felicito por tu habilidad como escritor y gracias nuevamente por ayudarme a recordar-vivir!
Y SIGUE EL POEMA DE MARTÍ.SIGUE FLUÍDO COMO UN ARROYO FALSAMENTE MANSO Y POR ELLO AÚN MÁS HERMOSO…:))))))
MARTÍ ES ALUCINANTE, COMO MI PREDILECTA GENERACIÓN DEL 27 ESPAÑOLA:SALINAS, GUILLÉN, LORCA, ALBERTI, PRADOS DOMENCHINA, ALEIXANDRE,
BUFFFF TANTOSSSSSS:
LOS NIÑOS DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES DE MADRID!
Y TANTOS MÁS.
ADORO LA MÚSICA BARROCA:SOBRE TODO BACH Y MOZART.PERO MÁS BACH PADRE.ES UN EJERCICIO DE MATEMÁTICAS FLIPANTE!!!!!!!!
WENO, SOLO DEJAR MI PUNTO DE VISTA.ENTRÉ AQUÍ Y ME GUSTÓ:)
«DENDE A GALIZA MÁXICA,
BIQUIÑOS MOITOS»,
SOL:)******************
PD:CON ESE POEMA DE MARTÍ TENGO UN PPS, HECHO.RUDIMENTARIO ÉL, PERO ME IMPACTÓ MOGOLLÓN:)
Hola!!
Ya hace tiempo que publicaron estas letras, sin duda muy emotivas hasta el día de hoy, recordar aquellos momentos en los que mi abuelo, el profesor Giles compartía con tanta dedicación con sus alumnos. Era una persona trabajadora, responsable, estricta pero sin perder su peculiar sentido del humor, y sin lugar a duda con una gran sabiduría, producto de largos y tempranos años de esfuerzo.
Lamentablemente mi padre (como yo lo consideraba), el profesor Salomón Rodrigo Giles Jimenez, falleció hace poco más de un mes debido a los problemas de la insuficiencia renal.
Se que muchos llevarán su recuerdo por largos largos años.
soy de argentina y la verdad pasan los años y siempre enseñan lo mismo por que mi hija esta en el primario y lo tiene que estudiar y yo lo estudiar ase muchos años atras