Despedirse es algo normal. Es tan normal como encotrar personas, siendo una parte inmanente de ello. Lo hacemos todos los días. A veces nos despedimos sabiendo que el nuevo encuentro será pronto, y aveces lo hacemos con incertidumbre de que ocurra, lo que conlleva un dolor intrínseco. Si no existe un vínculo con la persona, despedirse no tiene importancia alguna, pero ¿qué sucede cuándo ese vínculo existe?
La semana pasada fué de despedidas concientes e inconcientes. Primero Hendrick nos dejó. Así pues, la orden secreta de la C.S. en el trabajo ha perdido un miembro. Un taiwanés, un marroquí y un mexicano tendrán que continuar solos en su misión de resguardar grandes arcanos. Después que Démeter nos dejó para irse a La Haya, y Andreas hiciera lo propio rumbo a München, Hendrik había venido a ocupar su sitio. Trajo mucho dinamismo por ser el miembro más jovén. De ojos vivaces y muy risueño para ser alemán, siempre viste con un toque de clase. Su rito iniciático cimbró los fundamentos de la C.S. No conoció a sus predecesores, quiénes le resultaban seres legendarios al escuchar las historas épicas sobre ellos. Ahora él mismo se enfundará en un mito para quién merezca ocupar su sitio. No abandona la compañía, si no se traslada a dónde está la mera mata, al corazón del Sillicon Valley. Fuera de la C.S. Hendrick y yo nos encontrábamos sobre la duela para jugar squash y protagonizábamos batallas encarnizadas. Juventud vs experiencia. Dadas mis prerrogativas de haber sido fundador de la C.S., he recibido su membresía a su otrora gimnasio como tributo y ritual de despedida, que por cierto tiene una vista espectacular de la ciudad antigua, mientras uno se relaja después del sauna. Frente a ese gimnasio fue que nos depedimos.
El jueves Adamou llegó a despedirse de mí. Termina sus prácticas oficialmente el 31 de mayo y ya tiene un contrato a partir del primero de junio en Augsburg, la tierra natal de Bertolt Brecht. Tuve el privilegio de ser su tutor. Generamos una sinergia que rindió frutos. Indudablemente los dos aprendimos mucho el uno del otro. Hace una semana los del trabajo jugamos futbol contra MDM (no confundir por favor con AMD). Perdimos en el último minuto. Después del juego me encontraba furioso, mas que por el resultado, por la forma en que jugamos, y particularmente en que yo jugué. Mientras todos tomaban cerveza en el centro del campo, me aislé sentándome sobre el césped lejos de la muchedumbre luciendo en la faz mi característica mirada de asesino a manera de muralla. El único que no respetó esa muralla fué Adamou. Con una gran naturalidad se me acercó y se sentó a mi lado. Hablamos un poco sobre el juego. Manchas negras de tierra y verdes de pasto decoraban su hacía poco blanco e inmaculado uniforme como insignias de combate. ¿Quién si no él merecía haber sido condecorado ese día? Él fué un baluarte en la defensa y sin duda quién mas territorio había cubierto. De no haber sido por él no hubiera sido necesario esperar al último minuto para decidir el juego. Sentado como un niño y con una brizna de pasto entre sus manos, me contaba que en Camerún, su tierra natal, existen más de 200 lenguas y dialectos, por lo que al encontrarse con otro camerunés, tienen que hablar en francés, ya que la probabilidad que sus lenguas sean las mismas es casi nula. Con una amplia sonrisa, y sin separar su mirada de la brizna en sus manos, luego me contó que el primer lugar remoto sobre la tierra que escuchó nombrar fué México, durante el campeonato mundial en el 86 ¿dónde estará México? se preguntaba él. En ese momento se encontraron nuestras miradas y sonreímos, de la misma forma en que ocurrió el jueves al estrechar las manos afectuosamente para despedirnos en mi oficina.
La tercera y última despedida de la semana se dió en un sueño. Me encontraba en un festejo al aire libre. Había música y la gente bailaba. A lo lejos distinguí entre la multitud a Niklas que bailaba alegremente con Wiebke. En el mundo real perdí misteriosamente el contacto con ambos hace un año. Niklas había regresado de México y me había traído una botella de tequila. Compartimos unos tragos entre historias diversas y nos despedimos como siempre, con la esperanza de reencontrarnos pronto, sin embargo parece ser qu fué para siempre. Ha sido la última vez que los vi en persona. A la postre me enteré que se habían mudado a Berlín sin decir palabra. Desconozco su motivación, y ciertamente me causó un gran dolor. De vuelta al sueño. Por alguna razón tenía que pasar entre la multitud cerca de ellos, pero no quería encontrar su miradas. De Wiebke sólo intuí su presencia, pero a mi paso frente a ellos alcancé a ver un rostro radiante de Niklas con el rabillo del ojo. Cuando pensaba haberlos dejado atrás, sentí una mano sobre mi hombro. Al volverme Niklas me abrazó con una franca sonrisa. Era sin duda la despedida que faltaba. Ahora me siento mucho mas tranquilo.
Cada ocasion que vuelvo de leerte, me gusta mas como expresas tus experiencias… =)
Ya ves que dicen que todos nuestros conflictos del día son resueltos en sueños, tu te has reencontrado con tu amigo… buena onda! A mi me esta pasando que «veo» por Ensenada amigos que conoci en Barcelona y que no tuve oportunidad de decirles adios en persona… quizá pueda soñar con ellos también.
Batz, muchas gracias por tus palabras. Y creeme, de seguro te toparás a tus amigos en tus sueños. Como diría Calderón de la Barca, «La vida es sueño».
A propósito de sueños te dejo una cita de Coleridge que me estremece:
What if you slept
And what if
In your sleep
You dreamed
And what if
In your dream
You went to heaven
And there plucked a strange and beautiful flower
And what if
When you awoke
You had that flower in you hand
Ah, what then?
¿Qué pasaría entonces?
Pues si, las despedidas no fueron aprendidas desde que estuvimos chiquitos, porque estábamos acostumbrados desde antes de nacer, a estar con nuestros seres querido, sin embargo, al paso del tiempo se aprende como pasar este proceso, a veces de buena manera, mientras que en otras el dolor llega y a veces tarda en alejarse.
Saludos desde la redacción catatónica